Klup de Karteadores Ezkizofrenetikos Perdios
Gran Libro de las Krapulosidades i Posesiones de la Notxe de la Genesis Mistica

Primera Gran Multihistoria
Cotwin el Viajero, Trilogía de los Tres

El sol clarea el campo que amablemente nos ofrece su fragancia, su pureza y naturaleza de verdor sensible. Cotwin es un chico de Galia. Descansa apoyado en un celestial árbol de frutos tiernos como Bimbo. Es un caminante de bosques y soledad, aprende en el camino y sueña en el destino.

Aquel día estaba estreñido, la barriga le retumbaba - ¡Tum,Tum! - amargamente - ¡Tum,Arg,Tum,Arg! -. Corrió tras unos matorrales para despojarse de tan angustioso peso. Pfffttt! Un ensordecedor peo enmudeció el bosque de Flaguisser. El SOS se expandió como una apestosa peste negra medieval entre los animales que, espantados, huían en todas direcciones: Norte, Sur, Este y... Norte... ¡No! Oeste. La enorme cagada maloliente y maltufante empastufó la dulce hierba. Su propia mierda le asquerosizaba ya que el olor era de tan insoportable ardor que su propio dueño se aterrorizaba. ¡Ahh! Abandonó descansado su tan apacible excremento para dirigirse y, eso sí, con el culo sucio, directamente al destino que con los brazos abiertos le aguardaba - sí, claro, con los brazos abiertos y la nariz tapada.

Caminó limpiándose con cualquier cosa, desde con papel higiénico rosa a topos de colorines hasta con la ridícula barba de su Majestad, pero no consiguió mucho. Le comenzó a picar, y al llevar los pantalones subidos no podía hacer nada. Impotente... ¿A quién se le ocurriría bajarse los pantalones en medio del vagón del metropolitano para enseñar su manchado culo a todas las personas que iban colgadas a modo de péndulo del techo, a todos los transeúntes que por all transeuntaban? A Cotwin Hason, por supuesto. No pudo más, y después de andar 50 metros, 15 centímetros y algún que otro milímetrillo, casi arrastrándose, se bajó los pantalones y los calzoncillos fugazmente, agarró la piel de visón que llevaba enroscada al cuello una vieja más enroscada aún y limpió su mancha frenéticamente.

Toda la gente se quedó mirando la escena mientras la vieja no paraba de gritar. Pero nadie le daba importancia porque sabían que era el día de los Santos Inocentes - sí, sí, ese de las putadas - y solo la miraban con una sonrisa en los labios. "¡Ella se lo merecía! ¡Ja!" , pensaban muchos ya que sus insistentes chismorreos molestaban a más de uno, más que un peñorro en el ojo. Le habían hecho creer que un tío se moría de susto en frente de sus narices al oír tanto chismorreo junto, y ella se lo creyó ¡Qué tonta!

Es que verdaderamente siempre había sido tonta. Desde nuestra infancia siempre demostraba actitudes de corta, y eso que sus padres siempre le habían metido en colegios de nerviosos mentales y adelantadillos varios. Pero ella era muy ella: vivía en un mundo aparte: Marte, Venus, Casiopea... quien sabe; vivía en un mundo a su medida, vivía en un mundo del tamaño de una foca, reinaba la felicidad y la fantasía - a to meté, vaya -. Total, era una de esas personas que nacieron tontas y seguirán siendo tontas hasta el día de su muerte... ¡Yeah!

Porque la muerte es dulce pero temida, es frágil pero dura, es dulce pero admirada... es temida, admirada, y dulce que se me escapaba, porque la muerte es... es... ¡es una mierda como un castillo! Un escupinajo en el que te ahogas irremediablemente sin remedio tras un sin fin de sufrimientos y dolor ¡Qué asco! ¿Tú te crees? ¿Como puede uno vivir, comer, fumar, trabajar, hacer el "love" para luego... ¡Ñaca! Te escoñas sin vida y sin cafeína y una caloría menos al olvido de los te han acompañado en esta leche que es la vida. ¡Yeah!

¡Pero qué coño diantre! ¿Te das cuenta? Tanto cabrón suelto que se gastará el dinero que he ganado con el sudor de mis cojones menesteres y el que quede lo donará a una sociedad benéfica. Tu puta desafortunada familia se estarán cagando en ti te estará maldiciendo el resto de su vida; pero que se jodan fastidien ¡Anda!

Me he quedado mudo, ¡la de mierda que cabe en una mente calenturienta! Esta mente o ente pensador, como diría Freud o el bueno de Comba, es un producto - desperdicio que le llamo yo - de la sociedad corrompida en la que vivimos actualmente y que no es otra cosa que ¡¡TODA LA CANGRENA Y LOS ASQUEROSOS DESPOJOS QUE NUESTROS COMPATRIOTAS, LOS CAVERNÍCOLAS, DEJARON AL GIÑARLA!!.

Todo esto me está evidenciando. Quizás sea porque estos días estoy un poco agobiado y desmoralizado. Lo cierto es que, en aquellos momentos en que te paras unos segundos a reflexionar sobre la cara real de la vida, te das cuenta de que esa es una cara que conocemos tan bien como la palma de la mano; es negra porque hace dos semanas que no te la lavas, sin futuro, como un cuento inconcluso o una botella de Contreau que no te ves con corazón de acabar. Cuanto más te intentas alejar de ella saliendo con los amigos o solo a pasear, probando de no caer en la monotonía y en la vulgaridad, más rápido tiendes a precipitarte en ella. Caes en una amarga sucesión de depresiones que se alterna día sí, día no. Pero es menester y destino de los mortales que pasemos por estas situaciones de las que, se supone, tenemos que salir airosos y como si nada hubiese ocurrido, salvo un pequeño contratiempo sin importancia aparente.

Este proceso de depresiones se alternan con otros días de indiferencia, días en los que disfrutas y te formas personalmente. Hay ratos que mirando al Hámster, se creen que es una rata y le piden salir... No, no. Era broma. Hay ratos que mirando al Hámster me doy cuenta de que este problema no lo padecen los animales que andan despreocupados por estos caminos de Dios. Pero Cotwin ya conocía todo esto. El muy capullo sabía todo. Y su madre decía para eso le envié al EGB, y en este punto me pregunto... ¿Por qué, cuándo, qué, para qué, dónde, a dónde, por dónde, cuánto y cómo? Sobre todo cómo. Como lechuga, como carne, como verduras con car'asco, como peskao y como m'enrollo. ¿La comida ha solucionado sus problemas existenciales? ¿No? Pues siga jugando hay miles då soluciones dentro de las salchichas de Frantfurt con cachos ñajos de jamón. ¡Bah! Siempre dicen lo mismo. El hámster de la mafia había atrapado a Cotwin en la terrible cadena de consumismo moderno.

Se pasó diecinueve días almacenando altavoces en su cabaña de los bosques y al que hacía veinte cayó en que no le llegaba el tendido eléctrico y tuvo que alquilar un camión de pilas ecológicas Upasfer.

Así, arruinado Cotwin se unió al movimiento migratorio urbano que amontonaba montones de amontonados desgraciados pecaminosos que pedían alguna que otra pililla. Pero no. El mercado se había agotado y Cotwin, aunque tiempo ha había disfrutado de inmensas cantidades de dinero al servicio del rey, tan solo disfrutaba de un mísero real ya que había tenido que pagar las tropecientas hipotecas que había acumulado por el pleito de los altavoces que estaban fabricados con una aleación de selenio y cachos de chorizo. Había tenido que empeñar hasta las bragas, aquellas en que se había cagado meses ha.

Cotwin había gastado ya el botón del mando a distancia. Estaba tan jodido que decidió salir al bosque a comprarse una bolsapipas porque ya había acabado con las peladillas viendo "Topacio". Al salir oyó un lánguido gorgoteo primaveral pero, al mirar hacia abajo, se dio cuenta de que eran los gritos ahogados de una cucaracha que acababa de pisar pero no le prestó atención al "cazo o zucezo" y con aires joviales comenzó su peregrinación en busca de... ¡¡¡LA BOLSAPIPAS!!!

Una vez reluciente, se subió la bragueta y prosiguió los andares por caminos angostos, septiembre, octubre, noviembre y diciembre en medio de la jungla selvática. Cotwin no acababa de ver por qué sentía de repente aquel repentino calor tan sofocante, tan excitante, tan acalorante, tan calentorro. Entonces la vio. Estaba en frente dibujando su grácil silueta bajo las aguas de una cascada y subiendo los colores a nuestro Cotwin. Era ella, era... UNA ESTUFA DE GAS PROPANO.

Apartó las ramas y los matorrales que le bloqueaban el paso. Mientras se acercaba por el camino, entre bambúes, Cotwin se preguntó qué hacía una estufa como esa en un sitio como aquel. No llegaban hasta allí los camiones del butano. Cotwin se preguntaba cien cosas más y se respondía con otras cien encogidas de hombro concluyendo así un tonto autodiálogo que, se supone, es la actitud de los filósofos como, por ejemplo, Felipe González, tras maravillarse de lo asombrosa que es la naturaleza. Cotwin se dio cuenta, de esta manera, de su propia ignorancia. Decidió investigar pues estaba seguro que la respuesta la encontraría detrás de la cavernosa oscuridad de la caverna que había detrás de la catarosa humedad de la catarata.

Una vez dentro, comenzó a sentir el frescor afrodisíaco del agua que recorría generosa hasta los más recónditos recovecos de su cuerpo que estallaba de pureza a los ojos del beneplácito tropical formado por las ninfas y las hadas -¡...Y las elfas!- que al verle en tal disposición acertaban a coincidir en pensamientos poco ambiguos y pecaminosos punto y aparte... esto... no, espera.

Cotwin estaba acabando con su dulce sinfonía cuando se dio cuenta de que manos ajenas se habían afianzado de sus vestiduras y un escalofrío le recorrió, gélido, el espinazo.

¿Qué iba a hacer?,¿Quién iba a ser la mano bondadosa que le había de recoger y guardarlo del mal en su regazo? La respuesta era fácil de deducir. Aquella tierra no había oído hablar de tal personaje; era una tierra verde pero inhóspita, pintoresca pero sin esencia, virgen pero muy puta, viva pero sin alma. Ciertamente no se podía esperar nada de ella, así que se vistió, cogió la caja de chicles, pagó y se fue.

Llegó a una estación de taxis. Cotwin la vio, con su minifalda, su largas piernas, sus labios carnosos y el estropajo y la lejía en los bolsillos. Era una ama de casa, guarrita pero muy diligente, más bien gordita, baja, deformada, aunque muy simpática, simpática como la que más, como la que más imbécil pues era imbécil con ganas.

Cotwin se paró en frente de ella, la miró a los ojos, ambos acercaron su caras, las narices casi se rozaban. Entonces él le dijo a ella cordialmente: Eres una mala guarra. ¡Qué aliento tan repulsivo! Ella contestóle con la misma cordialidad ¡Sinvergüenza! ¡Mal parido! ¡A ver si nos despegamos los mocos y lagañas de la cara! El adiós salió de sus bocas tras un leve escupinajo. Cotwin estaba harto de tanta chorrada suelta por ahí y se dirigió, una vez más, allí. ¿Dónde? No los sé, pero allí.

Soñaba con ella, rubia. Bella como la púrpura en su caída. No dejaba de pensar en ella, en todo su cuerpo, tan bien formado. Blanca, virgen, la inocencia se reflejaba en sus ojos, en su sonrisa. Rubia, pequeña. ¡Eh! Cuánto pensaba en ella. Soñaba con ella. Se masturbaba con su imagen. La conoció en la biblioteca del instituto, al que, antaño, iba muy de vez en cuando. Rosa imperturbable. Ya no la tenía allí junto a él, solo en su mente, tras sus libros, trabajando, mirándose de reojo, nerviosos.

Pero ahora tenía la oportunidad: en frente suyo se hallaba su palacio. Al fin podría volver a verla y descargar sus sentimientos reprimidos por aquel maldito nerviosismo. Era un nerviosismo, de aquellos que hacen historia de la literatura, en su arteria, punzante como un tetazo en los mandonguis inferiores. Ciertamente, la impotencia del imposibilitado por potencias imposibles exteriores es de imposibles impotentes. Pero esto es otra historia que será contada en otra ocazión pues Cotwin no pudo subir el muro. No es que no fuera ágil lo que pasa es que se le rompió la escalera y no pudo ver a su diosa. Frustrado el intento de evasión ella quedó al otro lado del bajo muro sollozando: No encontraba los calcetines. ¿Dónde coño están mis calcetines? - se decía - Soy jilipollas, se los dejé hace dos semanas a la abuela. Da igual, llevo los de repuesto.¯

Cotwin no se rindió y siguió su escalada por los escarpados muros del castillo. Un castillo imaginario, pues Cotwin era más bien un poco tonto, mejor dicho, bastante imbécil; y no se daba cuenta que todo era parte de su esborada cabeza, mente de bragas y tetas, bragas y tetas, bragas y tetas...

CENSURED

El perro guardián había soltado los perros y le estaban dejando la pata como una espumadera. No tenía espuma, pues no se afeitaba, sino que estaba llena de agujeros, como los del culo, pero a lo bestia. Pero no te creas, que los del culo también eran grandes. Parecían volcanes pero no lo eran; eran agujeros como los del queso gruyé que le habían salido por maricón. Cotwin no era maricón pero tenía una pinta de maricón de cuidado. Y no era culpa suya, no lo hacía a propósito. No era Maricón solo tenía algún que otro gesto afeminado. Y es que había vivido siempre rodeado de mujeres y sin un padre para tomar como ejemplo.

Su padre les abandonó por cuestiones de cornamenta cuando era muy pequeño. Les dejó porque la madre era una pelandrusca. Cuando ella trabajaba, cosa que hacía muy a menudo, le dejaba con sus amigas, que no eran de fiar, y el crío disfrutaba como un enano, claro está.

Porque el boxeo siempre le había hecho sentir tan importante entre toda esa gente que chillaba y chillaba solo por gusto... pero se acabó, habían pasado cinco minutejos de tiempo reglamentario; así que, al salir, no pudieron entretenerse a comprar alguna sourvenir del pueblo. Marcharon, pero el hambre les impedía el trayecto y tuvieron que detenerse.

Compraron dos sandwiches de croquetas y dos latas de coca-cola que a juzgar por el precio debían ser muy buenas. Pero no lo eran ya que en el lugar donde lo compraron salían ratas y gusanos. El dependiente, con esos mocos verdes como mocos colgando que marcaron una nueva concepción de la estética, les saludó con sus manos percudidas y les dijo que pasaran. Mantas de polvo lo cubrían todo. Entraron despistando las telarañas como pudieron.

Recién salidos de la tienda se fueron al lugar más cutre de la ciudad. Y ya se sabe...

En fin, una mierda como lo que estaban haciendo ahora, se agobiaron, se drogaron, se emborracharon hasta quedar como cuatro grandes mierdas en la calle más transitada d Tejas. Consiguieron, al fin salir del gran barril de vino como un tío que va embriagado por la calle más transitada de Tejas. Aparcó el caballo y le atropeyaron. Cotwin estaba allí, y el caballo, tan sonriente y jadeante como siempre, le esperaba en el pueblo de sus abuelos. La cagada del animal era impresionante; había ido dejando trocitos esparcidos por toda la carretera, cosa que producía los ziga-zagas de los motoristas vespinistas de los alrededores.

Ese año los muertos en la operación suicida, digo salida, se dobló el doble y se quedó tan arrugada que los socialistas se vieron impotentes para disminuir los beneficios de las funerarias. Cotwin no creía en Dios así que no se dejó llevar por la guadaña de la muerte y con una patada copicú-copicú al estilo Brusli, agarró la guadaña y le asestó un yoko-gueri en todos los nipones, pero, desgraciadamente, los tenía de hueso y, debido a la dureza del impacto, se desgarró la tibia y se rompió un tendón y los ligamentos (¡Toma ironía!). El pobre Cotwin respiraba hasta con muletas. Estaba muy flojucho pero de pronto la vio entre la maleza. Era otra tía, esta vez rubia y alta. Le dijo:

-¿Qué es la lengua, un hueso o un músculo?

Ella dudó unos instantes y respondió:

-Un músculo.

-Entonces, ¿hacemos un pulso?- Más ironía por una cañería

Ella sonrió y sin pensarlo dos veces hicieron un pulso. Ganó ella, por supuesto, como todas las mujeres valientes. Ya se sabe que donde se ponga una mujer que se quiten los pantalones. El pulso fue fácil de ganar, a la media hora de haber hecho el pulso ya estaban metidos en la cama. Para que luego digan algunos que es maricón.

Se miraron y no tuvieron el valor suficiente para decir nada porque ya se conocían y aunque sus labios estaban sellados - unos con otros - sus miradas hablaban. Se decían tanto... Solo hubiera faltado un suspiro...

Cotwin a menudo suspiraba aunque más bien parecía que rebuznaba. Incluso con tanta fuerza que las babas caían como la lluvia en una noche en la que hace sol. Pero a él no le importaba eso. Era feliz como era, pues, como era, era feliz. Simplemente eso. Tenía una sonrisa de boca a boca y una nariz con forma de patata boniatuda. También tenía una cabaña a las afueras de Paston pero esa es otra historia que será contada en otra ocazión. Bueno, pues esto... que Cotwin se había puesto muy contento con sus zapatos nuevos y decidió estrenarlos haciendo un viaje por las tierras salvajes del este.

El único problema es que eran los zapatos de domingo. No estaban hechos para andar largos caminos, ni para recorrer selvas espesas: ¡Eran de domingo! Estaban hechos para ir a misa los domingos por que los domingos es el día que todo el mundo va a misa porque si no, el cura se enfada y lo que dice el cura va a misa. Aunque Cotwin no creía, ¿Quién puede ir a tierras salvajes con zapatos de domingo? Cotwin no desde luego, el era demasiado elegante y presumido.

Hablemos de presumidos. No hay nada más asqueroso que aquel que, con la cabeza bien alta va enseñando por ahí, tanta mierda de marcas y cosas fluorescentes o como dicen algunos fosforito. Con lo cómodo que se va con la camisa por fuera, sin peinarse... ¡Demasié pal bodi!

Y es que no se puede comer tanto, que luego pasa lo que pasa, que si el régimen, y las demás puñetas. Porque luego te engordas y te engordas... y cuando estás como una vaca, ya no puedes adelgazar y cada vez te pones más gorda y cada vez se estropea más el ascensor. Cuando llegas a los doscientos quilos, tiene que estar todo el día en la cama porque los músculos se te deshacen entre tantas grasas y cualquier día explotas. Porque lo que estás aguantando tú no lo soporta ningún ser humano y es que no hay derecho. Te tratan como a un burro de carga, como a un ascensor público, como a alguien a quien se le puede explotar y utilizar hasta que se le agoten las fuerzas.

-¡Anda, cómete eso si puedes!, y aluego no me vomites en la moqueta que es nueva.

Pero, aún así, Cotwin vomitó y el malo se murió de un infarto. Al fin tenía el paso libre para salvar a su dulce princesita, quitarle el plástico, darle el lenguetazo, tirar el palo y coger un empacho como si de una piruleta se tratase; pero no pudo hacerlo. Cuando se disponía a abandonar la cámara, el malo ya había vuelto de la UVI recuperado de su infarto. Le cerró el paso y le dijo:

-¿La contraseña?

-Deda none.

-Jo tío, que vulgar que eres pero hoy estoy de buenas y te dejaré pasar si pagas el peaje.

-¡Encima coña! Me he echo hippie y no tengo dinero porque no le veo el sentido.

-El dinero suele tener dos sentidos, una cara que es cara y otra cara que es cruz.

-Bien, ahora que sí se lo veo me ganaré el dinero haciendo de rascalimpiabotas, me lo jugaré en las tragaperras y volveré para pagar el peaje, vengarme y, si me queda tiempo antes de que empiece el Barça-Peña, salvar a mi princesita de tus garras.

Gracias a su devota fe, Cotwin vio cumplidas sus plegarias y sin duda alguna encontró su meta: Salvó a su princesita de su cruel cautiverio. Pero aún así, su interior sollozaba ingratitud, su alma no había encontrado la Meca de su peregrinación espiritual, sus carnes, el alba del deseo. Algo en él gritaba a los cielos con voces tenues e inciertas pidiendo la única razón del ser, la razón de la existencia. Pero nadie contestaba, quienquiera que estuviese allá arriba, parecía rejocijarse en la desgracia del mortal, escondiendose entre las nubes que trazaban sinuosos caminos en el cielo.

Sumido en su soledad, Cotwin encaminó sus pasos hacia lo alto del monte, y cuando hubo llegado a la cumbre, sentó su cansado cuerpo sobre una roca, testigo de milenios, y observó el enorme precipicio que se hallaba bajo ella. Sin articular pecadora palabra, pensó, recapituló en unos segundos toda una vida, guardó el silencio, la armonía y, sin vacilar, un haz de luz se hizo paso entre las nubes y guardó placiente reposo en la cara de Cotwin.

En aquel instante, toda una eternidad había cruzado la frontera del antiguo Cotwin para dar paso al nuevo Cotwin que ahora, conociendo el sentido de la vida en su plenitud, pensaba qué nuevos rumbos le había preparado el destino... Pero, sin darse cuenta, pisó una cáscara de aguacate y se cayó por el precipicio metiéndose una hostia padre.

¡ ¡ ¡ T O M A F I N ! ! !

2º B CURSO 90/91
K.K.E.P SEDE 65
Xexo Casulleras
José Mª Villaverde
Deisbit Garcia
Rafa él Villanueva
Mariló
Anna Puig
Rosa Mª
Natali Bluf
Manel